Con una propuesta musical que fusiona raíces latinoamericanas, R&B, rap y elementos del pop, la cantautora valdiviana La Catalina continúa consolidando una voz propia en la escena local. Profesora de piano y artista formada en Chile y el extranjero, su proyecto se sustenta en una identidad profundamente marcada por el territorio y una mirada crítica sobre el acceso a la educación musical y los roles de género en la industria.
Desde pequeña, la música se convirtió para ella en un refugio frente a la rigidez del sistema escolar. Comenzó a estudiar piano a los nueve años y a vincularse de manera autodidacta con el canto, aunque durante mucho tiempo le fue más fácil presentarse como pianista que como vocalista. En paralelo, el arte visual fue una vía temprana de expresión que luego dio paso definitivo a la composición y la interpretación musical.
Hoy, La Catalina describe su obra simplemente como cantautoría, un concepto amplio en el que conviven géneros y referencias diversas. Su primer disco —el único publicado hasta ahora— está profundamente atravesado por el paisaje valdiviano. El bosque, el agua y el sur aparecen como metáforas afectivas y políticas, especialmente en canciones como “Verde y Azul”, un tema que la artista define como una declaración de amor al territorio que habita y que la configura.
Sin embargo, ese camino creativo no estuvo exento de obstáculos. La cantante señala que las brechas de acceso a la educación musical formal marcaron su proceso formativo. “Tuve la posibilidad de estudiar música por interés familiar, pero sé que para la mayoría no es así”, comenta. Ese escenario la llevó a buscar oportunidades fuera del país para perfeccionarse en áreas que no estaban disponibles para ella en Valdivia, como el jazz.
A esa desigualdad se suman los roles de género que persisten en la enseñanza musical. La Catalina recuerda cómo, durante sus estudios universitarios, era frecuente que se asumiera que las mujeres del curso serían solo vocalistas. “No había mala intención, pero sí una idea instalada de que nuestro rol era cantar, no tocar instrumentos. Esas son barreras que siguen presentes”, señala. Pese a ello, afirma que su experiencia profesional ha sido positiva gracias a los equipos de trabajo con los que ha colaborado.
La artista también destaca el valor de las redes entre mujeres creadoras. Fue parte del Centro Cultural Lluviosa, una agrupación fundamental para su desarrollo y una plataforma de inspiración gracias a referentes femeninas que llevan décadas sosteniendo la escena musical valdiviana. “Verlas romper brechas e insistir en su trabajo artístico te ayuda a entender que lo que tú haces también tiene valor”, reflexiona.
Con una propuesta honesta, arraigada al territorio y comprometida con una mirada crítica sobre la industria, La Catalina continúa construyendo un proyecto artístico que dialoga con la naturaleza, la identidad y la resistencia cotidiana de las creadoras del sur.